Hoy en la taberna El Colmillo del Dragón no cabe ni un alfiler. La gente no para de moverse de un lado a otro en la sala común, llenando el lugar del barullo provocado al mover mesas y taburetes para el espectáculo. Los pocos niños buscan el mejor sitio para sentarse, justo en la parte delantera del pequeño e improvisado escenario. Sobre la elevación el único objeto que hay es un butacón de piel rojiza y una mesita con una jarra de agua, acompañada de una copa de cristal.

Cuando se abre la puerta que da al exterior se hace el silencio. Todos los presentes están en sus lugares, esperando con impaciencia y alegría cómo aquella persona entra en escena. Al ver a Kina entrar la gente irrumpe a vítores y gritos, consiguiendo que a la mujer se le dibuje una sonrisa en el rostro mientras camina hacia su lugar privilegiado.

Al tomar asiento en el butacón la gente poco a poco baja el volumen de sus voces, hasta conseguir que el único ruido audible sea el crepitar del fuego en el hogar. Porque, como todo el mundo sabe, Kina logra transportar a aquellos que la escuchan a lugares increíbles y disfrutar de cada una de sus palabras.

Kina llena la copa de agua para dar un trago y aclararse la garganta. Y, una vez preparada, observa a su público y da comienzo a una de sus historias…

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