El joven maestre había empezado su lista como una tarea. Cada nuevo libro que entraba en la biblioteca lo leía de cabo a rabo y anotaba en un pergamino el título para llevar la cuenta de aquellos volúmenes que se internaban en las grandes filas de estanterías vacías. Pero pronto se dio cuenta que los libros que llegaban a la biblioteca se agolpaban esperando a ser leídos, por lo que tan solo anotaba los títulos que aparecía en el lomo del volumen y los dejaba en su lugar correspondiente.
Así que, una vez escribía los nombres, dejaba anotada en una hoja aparte los libros que parecían interesantes y que algún día llegaría a leer, e incluso aprovechó para marcar en el listado oficial aquellos que ya había leído, con anotaciones y comentarios para futuras generaciones…